En 1897 Freud tiene un sueño: ser profesor de la Universidad.
Ser profesor, en la Viena de esa época ya teñida del
nazismo que avanzaba a pasos agigantados, era impensable para un judío sin
ninguna llegada a los altos estamentos de la política imperante.
Pero era un cargo sumamente idealizado porque entrar a la
universidad, permitía a quien detentara tal privilegio, asegurarse un prestigio
profesional que tenía incidencia directa en los ingresos monetarios de quien lo
portara.
Freud necesitaba urgentemente esas dos consecuencias que
le daría el nombramiento: reconocimiento y dinero.
Hablamos de un sueño de Freud. Ahora literalmente.
Es un sueño muy corto, nada claro y que consta de cuatro
frases de las que Freud solo toma dos:
I.
…Mi amigo R. es mi tío.- Me inspira gran ternura.
II.
Veo ante mí su rostro algo cambiado, Está como alargado, y una dorada barba que
lo enmarca se destaca con particular nitidez.
Freud se reconoce muy resistente a analizar este sueño,
pero se dice: “Si uno de tus pacientes no supiera decir, para la interpretación
de un sueño, otra cosa que ´Eso es un disparate´, lo reprenderías por ello y
conjeturarías que tras el sueño se esconde una historia desagradable cuyo
conocimiento él quiere evitarse. Procede contigo del mismo modo.”
Y Freud emprende con un coraje admirable, el análisis de
este sueño del que no quiere saber nada. ¿Qué paradoja no?
Este sueño lo lleva a reconocer su ambición desmedida. Desmedida
porque no duda en tratar, en el sueño una vez interpretado, a dos amigos: a uno
como idiota y a otro como delincuente. El sueño no tiene miramientos estéticos
ni morales una vez interpretado.
Y como metáfora de un deseo, este sueño revela por un
lado, el deseo de ser nombrado profesor de la universidad, y por otro, el deseo
infantil de llegar a ser un gran hombre, un conquistador.
Simultáneamente sabemos que su autoanálisis se encuentra sostenido
en la relación transferencial con Fliess al que le dedica su producción teórica
y neurótica. Fliess está para Freud inmensamente idealizado a tal punto de
sostener que nada sería sin él, que es su único público y que su amor por él… ¡hasta
reemplaza a su interés por las mujeres![1]
El sueño, nos lo enseñó Freud con el famoso sueño de la
bella carnicera, es metáfora del deseo. Freud anhela ser reconocido profesor
pero espera ser nombrado por medios legales (que era una manera renegatoria de
desconocer que la legalidad reinante en Austria era… ¡el antisemitismo!) y
durante varios años, aún contando en su círculo con personas muy influyentes,
no usa sus contactos para obtenerlo.
Por otro lado, su anhelo de grandeza lo asocia con
Aníbal, su héroe de la infancia, quien nunca pudo conquistar Roma, ciudad
admirada por Freud.
Debieron pasar 4 años de autoanálisis, para que pudiera realizar
su tan anhelado viaje procrastinado por excusas que escondían en realidad, una
fuerte inhibición.
Esos 4 años del autoanálisis sistemático de Freud, que
conocemos como la Traumdeutung -la interpretación de los sueños-, es el largo
duelo que Freud realiza por la muerte de su padre y el descubrimiento de la
ambivalencia que se esconde tras toda idealización.
Retomemos la ambición de Freud cifrada en ese sueño y
pasemos por alto el autoanálisis de Freud que llevaría a la lectura detenida de
la Traumdeutung, lectura imprescindible para la formación de todo analista.
Esos 4 años son los que median entre el sueño que
referimos y la caída de Fliess de su lugar de Ideal para Freud.
Recordemos que Fliess, es para Freud, su mesías, su
norte, la causa de su deseo. Basta recorrer la imperdible correspondencia entre
los dos para calibrar la enorme dimensión que Fliess tiene para Freud.
Inmediatamente luego de realizado ese tan suspendido viaje
a Roma, sucede algo sorprendente: Freud no duda en recurrir a sus contactos y directamente
“se hace” nombrar profesor. Una paciente con llegada a las altas esferas, usa como “soborno” un cuadro que le regala al
Ministro con la condición que acepte la muy recomendada nominación de Freud.
Hay una carta en la que Freud le cuenta a Fliess de manera muy graciosa cómo
fue todo el trámite.
Freud podía seguir acumulando reconocimiento de toda la
comunidad científica de su época en Viena y más allá, pero el gobierno austríaco
jamás hubiera reconocido que un judío pudiera tener semejante notoriedad.
No quedaba otra que tocar esos contactos de los que Freud
disponía en abundancia (varios de sus pacientes, para esa época, eran
destacados personajes de la vida pública austríaca o a lo sumo allegados íntimos
a ellos). Pero para esto, había que condescender por una vía no del todo pura
como era el anhelo de Freud.
En esa carta a Fliess que comento, me encontré con algo
que venía a responder -parcialmente al menos-, a mi pregunta: ¿qué hizo que
Freud, de un momento a otro, pudiera pasar al acto?
En esa carta explicándole a Fliess los entretelones de su
nombramiento dice:
“Porque fue mi mérito. Cuando regresé de Roma, el gusto
en vivir y en producir había aumentado algo en mi, se había reducido el gusto por el martirio. (…) “poco antes había
perdido en ti a mi último público” Se refiere al comienzo de la ruptura con
Fliess al que consideraba su “único público”. “He aprendido que este viejo
mundo se rige por la autoridad, como el nuevo se rige por el dólar. He hecho mi
primera inclinación ante la autoridad, tengo entonces derecho a esperar
recompensa (…) Si hubiera emprendido esas diligencias tres años antes, habría
sido nombrado tres años antes y me habría ahorrado muchas cosas. Otros son
sabios sin tener que ‘ir’ antes a Roma.”[2]
Roma es sólo uno de los nombres de los anhelos de
Freud. Siete mese antes de este viaje y
del nombramiento, Freud en otra carta hace referencia a reclamos que Fliess le
hacía a propósito de la desatención de Freud para con sus teorías delirantes sobre
los períodos que relacionaban nariz con órganos sexuales. En realidad Freud, a
pesar de sus esfuerzos en contrario, ya no podía prestar creencia a una teoría
que no se sostenía clínicamente. “En
absoluto –dice Freud- se puede disimular que nosotros dos nos hemos separado un
poco más. En esto y en aquello noto la distancia.” Y enumera los puntos en
que se diferencia de Fliess incluyendo una nota paranoide que acusa a Freud: “El
lector del pensamiento no hace sino leer en los otros sus propios pensamientos”
a lo que Freud responde: “Porque si tú
en el momento en que te incomoda una interpretación de mi parte estás, por eso
solo, dispuesto a aceptar que el “lector del pensamiento” nada adivina en el
otro sino que apenas proyecta sus propios pensamientos, has dejado de ser
efectivamente mi público…”[3]
Gustavo Szereszewski
Febrero 2013
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